Duelo y revisión de vida en la vejez
Trabajo Libre para las Primeras Jornadas Argentinas sobre Duelo organizadas por la Fundación Aiken ( 18 y 19 de Marzo del 2021)
2021-04-25
El objetivo de este trabajo es poder situar algunas características propias del duelo en la vejez.
En primer lugar, es importante
hacer la salvedad de que se intenta identificar rasgos habituales de la
experiencia del duelo en las personas envejecientes y envejecidas, sin con ello
apresurarnos a realizar generalizaciones que pretendan afirmar validez para
todos los casos. Esto, principalmente, porque no debemos olvidar que las
personas mayores, dada la diversidad de trayectorias vitales recorridas, representan
un grupo poblacional sumamente heterogéneo, por lo cual es de suma importancia
atender a la singularidad de cada experiencia para poder realizar su lectura.
Sin embargo, esto no impide hacer
algunas puntuaciones para pensar las formas diferenciales en que el duelo,
entendido como una reacción normal y esperable ante una pérdida, tiene lugar
durante la vejez. Animándonos, además, a asumir el desafío de realizar esta
tarea sin caer en prejuicios que convierta a toda persona adulta mayor que
enfrenta una pérdida en una persona que cursa una depresión o que se encuentra
imposibilitada de realizar un duelo que permita relanzar su proyecto vital.
El envejecimiento supone cambios
que pueden, a veces, ser experimentados subjetivamente como pérdidas. Si bien
muchos autores plantean que el envejecimiento es un proceso que se inicia desde
el momento en que nacemos, la crisis de la mediana edad marca un punto de
quiebre dentro de la trayectoria vital, donde los efectos y marcas de este
proceso empiezan a ser percibidos de otra manera por las personas.
En este punto diferencial,
algunos de esos cambios desencadenan procesos de revisión de las distintas
etapas de la vida que se han atravesado al mismo tiempo en que se proyectan
posibles futuros, incluyendo la idea de finitud (no todo se puede, el tiempo es
finito). En este proceso, la identidad del sujeto se verá fuertemente
interpelada.
Esta revisión de vida supone una
reflexión que, en el mejor de los casos, permite elaborar lo novedoso del
momento que se atraviesa, permitiendo a la persona encontrar respuestas que
habiliten una nueva manera de posicionarse ante un nuevo contexto vital. La
presencia de otros significativos y relevantes se torna necesaria para validar
estas elaboraciones.
Si bien es cierto que la pérdida
de vínculos es una situación posible para cualquier ser humano a lo largo de
toda la vida, no es menos cierto que durante el envejecimiento hay pérdidas que
suelen ser más habituales, dando lugar, a veces, a una reducción de la red de
apoyo socioafectivo con la que cuenta la persona.
La pérdida de seres
significativos, ya sean estos familiares directos como hermanos, primos,
parejas o amigos, amigas con quienes se ha compartido una parte del recorrido
vital, son frecuentes y vienen a sumarse a las otras pérdidas, que pueden estar
relacionadas con la jubilación, con la imagen y las capacidades físicas, con
cambios económicos. Es decir, que durante esta etapa vital se pone en juego la
necesidad de activar recursos subjetivos para elaborar pérdidas que se juegan
en relación con el otro, con el mundo y consigo mismo. Es la sumatoria de
duelos a realizar una de las primeras características distintivas de esta etapa
vital.
Entonces, para orientarnos y
avanzar con otra característica propia de ciertas situaciones de duelo en la
vejez, diremos que algunas de estas pérdidas suponen muchas veces dejar de
contar con un sostén que permita responder a la pregunta por el “ser” (quién
soy).
Se pierden referentes que
orientan y guían, incluso en lo cotidiano, y, con ello, la propia significación
del sí mismo se encuentra alterada. Son frecuentes preguntas tales como “¿qué
hago?”, “¿a dónde voy?”, “¿para qué y para quién seguir?”, “¿a quién le
importo?”, “¿a quién le sirvo ahora? Lo cual da indicios de la relación
existente entre el vínculo perdido y el soporte de la identidad del duelante,
así como también podría dar cuenta de una intensificación del proceso de
revisión de vida.
Es decir, que la pérdida de seres
queridos sumada a las vinculadas con aspectos físicos, mentales y sociales que
hacen a la identidad pueden dar lugar a una crisis emocional que requiere de
cierto trabajo psíquico para su resolución.
Esto es fácil de ejemplificar en
el caso de parejas donde uno de los cónyuges muere, pero también puede ser
visible en el caso de pérdidas de amigos y amigas, compañeros de actividades,
implicando diferentes impactos en cada situación.
El duelo no es solo la pérdida,
sino su elaboración para contar con sostén y continuidad identitaria. Para
ello, es necesario armar una nueva “narración”/historia/relato que le permita
al sujeto contar con una respuesta para darse y dar a los otros sobre quién es
ahora, quién debería ser y para quién.
Todo duelo supone una doble
dimensión temporal. Por un lado, la dimensión retrospectiva hacia el pasado
desde el presente. Aquí, el rol de la reminiscencia resulta clave en tanto
retorno progresivo y consciente a experiencias vividas con el vínculo perdido.
Por otro, la dimensión prospectiva, que conforma una “promesa de futuro” que le
da sentido a la existencia del sujeto, ya sea a través de la relación con otras
personas, grupos o instituciones, ya sea a través de la realización o
planificación de proyectos.
La ruptura de la simetría
temporal en la vejez, donde hay mucho vivido y menos por vivir, plantea a veces
dificultades para la resolución de los duelos. La mayor conciencia de finitud,
como otro rasgo característico de esta etapa, conlleva muchas veces la
dificultad de imaginar un proyecto de vida o un “horizonte de futuro deseable”
que deja a la persona en una situación de encierro o sentimientos de no tener
más opción que esperar la propia muerte. Más aún cuando desde los contextos
donde se desarrolla la vida de la persona mayor no se oferta “objetos” que
reemplacen a aquellos perdidos.
Sin embargo, en algunas ocasiones
esta misma conciencia de finitud produce mayor selectividad para elaborar
alguna promesa de futuro posible, a través de una imagen de sí mismo, de un
sentido personal, de la transcendencia o de la idea de transmisión.
La vejez supone una mayor
conciencia del ciclo vital entero y una mayor conciencia de la muerte, lo cual
puede llevar, en diferentes grados –de acuerdo con las características
particulares de cada persona–, a intentar “poner la vida en orden”.
Subjetivar la finitud (de los
vínculos y la propia) o integrar la muerte a la vida, como propone el título de
estas jornadas, es la tarea que se impone como necesaria durante la vejez. En
ella, la revisión de vida y de la propia identidad son piezas claves, donde la
dimensión relacional resulta imprescindible para responder a los interrogantes
que se abren para la persona mayor: quién fui y qué hice, quién soy y qué hago,
quién seré y qué hare el tiempo que siga viviendo.
Referencias bibliográficas:
- Freud, Sigmund ((1916 [1915]) La
transitoriedad. En Tomo XIV, Sigmund Freud Obras Completas. Amorrortu Editores
- Freud, Sigmund ((1917 [1915])
Duelo y Melancolía. En Tomo XIV, Sigmund Freud Obras Completas. Amorrortu
Editores.
- Iacbu, Ricardo (2001) Poryectar
la vida. Ed. Manantial
- Iacub, Ricardo (2011) El envejecimiento
en la identidad narrativa. En Identidad y envejecimiento. Ed Paidós.
Deja un comentario